Muhammad Ali, el tres veces campeón mundial de los pesos pesados de boxeo que contribuyó a definir su tiempo turbulento como la figura deportiva más carismática y polémica del siglo XX, falleció en lamadrugada de ayer, en un hospital de la ciudad de Phoenix, Arizona. Tenía 74 años.

Su muerte fue confirmada por Bob Gunnell, vocero de la familia. Ali, que residía en Phoenix, sufría la enfermedad de Parkinson desde hace más de 30 años. Fue internado el viernes en el hospital, con lo que Gunnell definió como un problema respiratorio, aunque no dio otros detalles.

Alí fue el más emocionante, si no el mejor peso completo de todos los tiempos, que llevó al cuadrilátero un estilo lírico y poco ortodoxo de boxear que combinó velocidad, agilidad y potencia casi sin fallas como no lo logró ningún otro boxeador.

Pero, él fue mucho más que la suma de sus dones atléticos. Una mente ágil, una personalidad alegre, segura y descarada y un conjunto evolutivo de convicciones personales forjaron un magnetismo que no podía ser contenido solo por el ring.

Alí fue la superestrella que produjo el mundo de los deportes y que polarizó más que ninguna, ya que fue tanto admirado como rechazado en las décadas de los años 60 y 70 como consecuencia de sus posiciones religiosa, política y social. Su negativa a ser incorporado al Ejército durante la Guerra de Vietnam, su repudio a cómo se quería hacer la integración racial en el momento cumbre del movimiento de lucha por los derechos civiles, su conversión del Cristianismo al Islam y el cambio de su nombre de «esclavo», Cassius Clay por el que le confirió el grupo separatista negro al que se incorporó, la Nación del Islam, fueron vistos como amenazas serias por las estructuras conservadoras y como actos nobles de desafío por la oposición liberal.